No soy fan del juez, ni me siento compañero de viaje de algunos artistas y políticos que se rasgan las vestiduras por él cuando les interesa. De acuerdo con el Garzón de la acción contra Pinochet, con el de la denuncia de los crímenes del franquismo, con el de las escuchas a ladrones nada supuestos. En desacuerdo, entre otras cosas, con el Garzón ayudante de Luís Moreno Ocampo, que aceptan la verdad de la OTAN para imputar a Gadafi sin necesidad de pruebas, y deciden que La Corte Penal Internacional no tiene que investigar sobre los miles de muertos de la OTAN y mercenarios, ni el asesinato, previa tortura, de Gadafi y otros dirigentes de Libia ante las cámaras de televisión de todo el mundo. Espero que quede claro que no soy ni fan ni anti Garzón.
Ahora bien, lo que está sucediendo con el juez es una persecución política contra una persona que se ha atrevido a intentar sacar a la luz y esclarecer los crímenes del franquismo, frente a la complicidad con éstos de amplios sectores de la derecha política y judicial y el silencio durante años del centro izquierda y la izquierda. Los beligerantes contra Garzón son viejos residuos del franquismo, por una parte, y nuevos núcleos duros de éste, camuflados bajo falsas manos limpias y en los intersticios del PP. Hay también colegas de Garzón que, sin ser franquistas, esconden su miseria moral y sus ambiciones detrás de pretendidas purezas procedimentales y prevaricaciones inexistentes. En conjunto, unos y otros consiguen, hasta el momento, sus objetivos: impedir la sanción moral y política del régimen que asesinó, torturó y encarceló a miles de personas, poca cosa más se puede hacer a estas alturas; y echar una mano a los ladrones y corruptos nada supuestos de la Gürtel del PP, como aviso de su casi impunidad y como advertencia a los jueces que se atrevan a investigar las fechorías del dinero de los corruptos que compran y de los políticos que se dejan comprar. A este paso lo importante pronto no será la sanción al malhechor, sino el castigo al informador de las fechorías. Algo huele a podrido en la justicia y en la política españolas.