Asistimos a un fenómeno parecido al de 1982, que podríamos caracterizar, con precaución por las diferencias entre entonces y ahora, como de “final de época”. Un fenómeno que es producto en gran parte pero no exclusivamente de los cambios sociales y políticos pero que tiene, además, como entonces, un fuerte componente de intervención directa de las fuerzas económicas dominantes que, encharcadas en la crisis financiera y económica del sistema que defienden, cuando ven que se tambalea un panorama afín a sus intereses buscan el recambio para crear otro. Y lo hacen en un momento en que, a diferencia de 1982, gran parte de la información y propaganda es difundida masivamente por las redes sociales. En 1982 se buscó recambio a UCD y se abrió paso al nuevo PP, por un lado, y se marginó al PCE de cualquier acercamiento importante al poder económico real, potenciando al PSOE de Felipe González, recién purgado de cualquier veleidad de izquierdas con la supresión del término marxista como gesto de aceptación del sistema. Los dos polos del bipartidismo necesario a los intereses del capital, el duro y el progre, se consolidaron en un largo proceso. Ahora, ante las consecuencias sociales de la crisis para millones de personas que habían sido captadas o neutralizadas por el consumismo, que asisten a la espectacular explosión de una corrupción generalizada que afecta a los dos partidos del bipartidismo y a sus socios ambivalentes, tipo CiU, degradando el concepto de política, el régimen dominante busca los recambios en prevención del futuro. Y nace Podemos por el lado progre y Ciudadanos, catapultado desde Catalunya a toda España, por el “centro derecha”. Se trata fundamentalmente de evitar cualquier amago revolucionario callejero y reconducir el bipartidismo a una realidad más compleja desarrollada con la situación generada en los últimos años: más de 5 millones de parados, afectando por encima del 50% a los más jóvenes, muchos de los cuales emigran, y expulsando del mercado de trabajo a los mayores de 45 años, trabajo cada vez más masivamente precario, a horas y, en muchos casos, sin salario, desahucios, recortes sociales, corrupción, más gasto militar y participación en guerras.
Las fuerzas dominantes, las que sin presentarse a las elecciones mandan desde las finanzas, las bolsas o los fondos de inversión, utilizan a fondo los medios de información y propaganda, todos en sus manos, para controlar y reconducir la nueva realidad. Si antes el PSOE se convirtió en la “casa común” de la izquierda, ahora es Podemos, inducido por las circunstancias y voluntariamente quien, en el más puro estilo felipista, no plantea la unidad de una izquierda plural, sino, simplemente, la absorción de ésta en la “casa común” de Podemos. Si entonces, Felipe González tranquilizó y se subordinó a las fuerzas conservadoras y social demócratas dominantes en Europa y a los EEUU de forma expresa, ahora Pablo Iglesias visita los EEUU, sus instituciones y se hace una interesante y cordial foto con el embajador del imperio, James Costos, en Madrid. Gestos parecidos en ambos casos para que no haya dudas sobre la aceptación del sistema y no su subversión. No extrañen pues el manejo de categoría políticas “ni de izquierdas ni de derechas”.
Y nosotros, ¿qué? Pues si en 1982 fue el “Juntos podemos”, de tan aciago resultado, ahora es una especie de subordinación caótica a la realidad política surgida hace un año sin tan siquiera tener un poco de paciencia y temple político y esperar a que se desarrolle una situación no consolidada, sin hacer caso a las previsiones apocalípticas de unos y a las deslealtades notorias de otros. Los y las que defendemos todavía una alternativa real a lo existente, unitaria, convergente y plural, pero no la liquidación de un proyecto más vigente que nunca, no nos podemos dejar engullir por el agujero negro que el capitalismo siempre impulsa y utiliza para reconstruir su erosionado dominio. Si Podemos y otros quieren unidad para derrotar al PP y acabar realmente, no de boquilla, con el bipartidismo, somos los campeones de la unidad: una coalición y un programa político claro, sencillo y concreto y el compromiso de defenderlo colectivamente en las instituciones y en la calle, sin que nadie tenga que disolverse. Esto es lo que debe hacerse sin sentirse acuciado por los tiempos electorales y teniendo perspectiva. El futuro decidirá los nuevos pasos a dar. Lo demás es subordinación a una concepción superficialmente instrumental de la política, que no debería inspirar ninguna confianza y que sólo sirve para nuestro enfrentamiento.
NO A LA GUERRA.
NO A LA OTAN.
25 DE ABRIL,
MARCHA A TORREJÓN.
LIBERTAD PARA CHELSEA MANNING, ASSANGE Y SNOWDEN.
Publicado en el nº 283 de Mundo Obrero de abril de 2015 en la sección Silbando La Internacional
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