lunes, 15 de agosto de 2016

COSAS QUE OCURREN EN VERANO,  EN PRIMAVERA, OTOÑO E  INVIERNO.

Hacía calor, mucho calor. Debajo de un árbol del camino que bajaba del monte se había sentado hacía un buen rato el ya cansado andarín Pachín, el de la huerta de los perales y alcachofas, ya semi jubilado de sus funciones de ordenador de cultivos. Alzó los ojos y vio a una bien plantada, bella y recia mujer bajando por el polvoriento camino. Iba sola, o parecía ir sola, aunque más atrás parecían seguirla en silencio hombres a pie y en coches que marchaban lentamente. Al acercarse, Pachín fue reconociendo los rasgos de la mujer y recordando que se había marchado a convivir con los hombres de la montaña la primavera de un año antes de manera silenciosa buscando un horizonte cercano más propicio a la alegría y a sus deseos vitales y profesionales. Bajó la cabeza para pasar desapercibido ante ella, cosa que consiguió sólo a medias porque ella hizo un movimiento de aproximación e incluso balbuceó un tímido saludo amistoso, que se perdió en el vacío. 



Pasado este breve incidente Pachín empezó a reflexionar sobre los hombres de la montaña que seguían a la mujer, extrañado de que hubiesen abandonado la seguridad de sus territorios, prácticamente una posesión en exclusiva ya que nadie subía allá, por su lejanía pero, sobre todo, por las extrañas informaciones que llegaban sobre su carácter arisco, agresivo y enemigo de convivencias ya que su aislamiento se había producido en los momentos más álgidos de la desconexión de los hombres de la costa, amplia   mayoría en la sociedad, en la defensa de sus derechos, cuando estos sufrían el más brutal ataque del capital, encaramado éste en sus más brutales formas de dominación. La gente de la costa les miraba asombrada ya que estaba convencida de que se habían marchado para siempre con sus ideas radicales, al encontrarse aislados en una pequeña minoría. La gente de la costa consideraba que ya no eran hombres de su mundo de centros comerciales cargados de chucherías, de sus playas, merenderos, ropas ligeras y conversaciones sin trascendencia que no exigían pensar.
¿Por qué habéis vuelto, si os habíais ido voluntariamente, os olvidasteis de algo? Les preguntaron un grupo encabezado por la alcaldesa. Volvemos, contestó uno, porque esto no puede continuar así. Os están liquidando un montón de cosas aparentemente insignificantes, que fueron el resultado de movimientos humanos, sociales y culturales que no se conformaron con los residuos o sobras de la mesa, sino que arrancaron hilachas de las escandalosas fortunas de los que lo poseían  y lo derrochaban todo. Volvemos porque habéis vuelto a las madrigueras del miedo y la pasividad, sois como cáscaras vacías. Y cualquier palabra, lamento, denuncia, que nos llega, nos trae recuerdos que nos dejan desamparados ante la vida al ver el desamparo que se os ha caído encima sin resistencia. Se debe alzar de nuevo la vieja voz de la exigencia, de lo común frente a lo tuyo-mío y acabar con suplicas y humillaciones. Recordad la historia, escrita la mayoría de veces a base de sacrificios, sangre, silencios, cobardías, desprecios y hasta denuncias de los que nunca claudicamos.



Pequeños grupos se iban formando, comentando, discrepando y también aproximando sus opiniones, cuando el hasta entonces silencioso Pachín que, sin esconderse, no había estado visible, salió de su discreta actitud y dijo en palabras cortas, concisas y contundentes,  con voz tranquila: Habéis perdido lo que tanto costó ganar. Os habéis dejado arrastrar a la insignificancia social y humana, os han arrancado personalidad y palabra. Estos hombres de la montaña, iguales en derechos, necesidades y vocación a vosotros, hombres de la costa, sólo os quieren explicar de nuevo cómo debe funcionar una sociedad más libre y justa, que no se somete, que pelea, que crea fraternidades o, como mínimo, solidaridades entre todos sus miembros y no permite que una ínfima minoría, con el silencio cobarde de la mayoría, os someta eternamente”.
Las personas, grupos de mujeres y hombres cada vez más numerosos, asentían gradualmente, algunos bajaban la cabeza avergonzados, daban un paso al frente. Al final, se juntaron todos, y decidieron formar un primer núcleo para encargarse de difundir la información, coordinarse, y proponer ideas y actos para llevarlos a cabo por todo el colectivo. Un joven camarero, con dos carreras, que antes había enseñado filosofía y música en un instituto y que destacó por la precisión de sus observaciones y propuestas, fue elegido coordinador. Establecieron un método organizativo y temporal para reunirse y tomar decisiones y se fueron disolviendo.

Entonces Pachín se acercó a Amaya José y ya directamente, “Joder, no te veía desde entonces. ¿Qué ha sido de tu vida?” “Me casé dos veces”, contestó Amaya José. Ahhh, veo que no pierdes el tiempo, y ahora, ¿qué haces? Vivo en la tranquilidad serena y plena de mi vida, reconciliada conmigo misma y con una visión abierta a todo, familia, amigos, profesión que me gusta, intelecto, deporte. Pues me alegro por ti, es lo mejor que se puede hacer, estar reconciliado con uno mismo. Un abrazo y un beso sellan el nuevo encuentro, antes de despedirse.

Marché de nuevo. La escritura estaba solitaria, tal como la había dejado por la mañana, la ventana daba al mar, el cielo se confundía con el azul blanquecino de las aguas marinas, las hojas de los árboles de enfrente se movían bailando un vals. Pasa un tren.

Y pienso en las cosas, las casas, las calles que nos sobrevivirán. Y vuelvo la mirada a las personas de mi alrededor, a las que pasan por la calle, a las que están lejos. Recuerdo sus caras, palabras, sentimientos. Soy de su mundo.    


BON ESTIU, BUEN VERANO. LO QUE QUEDA DE ÉL VIVIDLO BIEN.
( Cuento que no interesa a nadie, o a casi nadie.)

No hay comentarios:

Publicar un comentario