martes, 14 de mayo de 2019

A MODO DE CUENTECILLO URBANO.

Por la acera iba andando un muchacho alto, fuerte y joven con tanta lentitud e indecisión que parecía asustado o inseguro de sus pasos. En sentido contrario por la misma acera venía andando una mujer mayor con un movimiento airoso como si estuviera practicando figuras diversas en un campo de trigo sembrado de rojas amapolas agitándose para gozar del calor y la luz del sol y quedarse con sus llamaradas de vida. 
Al cruzarse, la mujer bajó de la acera y se paró ante el joven y le preguntó con voz amable y cariñosa ¿Te pasa algo muchacho que andes tan cariacontecido en un día como hoy en el que parece que los gorriones, jilgueros y hasta las cotorras de importación hayan decidido juntarse, afinar sus trinos y entonar una bella melodía desde árboles, tejados, balcones  y bancos para celebrar y gozar tan magnífico  encuentro entre la tierra, la ciudad, los animales y los humanos? Sorprendido ante la inesperada pregunta el joven dudó un momento y con voz inicialmente titubeante, que se fue haciendo firme en la medida que hablaba, contestó "Estoy bien, no se preocupe señora, lo que me pasa es lo que seguramente siente mucha gente, jóvenes y mayores, mujeres y hombres, con trabajo fijo, precario mayoritariamente, o sin él, que no entiendo nada de lo que ocurre. Y no lo entiendo yo como no lo entienden tantos otros ya que cuando parecería que los recursos materiales, científicos y humanos son lo suficiente abundantes para cubrir de manera modesta pero satisfactoria las necesidades básicas, sobre todo en comida, techo, conocimientos y bienes culturales, paz y convivencia,  sin tener que esquilmar y pudrir la tierra, el aire y el mar, sin ninguna necesidad de explotar, oprimir, o de matar y destruir para saquear y dominar, es cuando todo, en cada país, continente y en el mundo, es más caótico, peligroso y preocupante y más incierta la deriva humana. Y yo señora, aunque me devane los sesos, sufra y patalee, no soy capaz de hacer nada efectivo para cambiar las cosas. Ante tan completa y argumentada explicación, la mujer quedó largamente pensativa, dirigiéndole al final una mirada comprensiva, tierna y al mismo tiempo requisitoria y le replicó "No puedo hacer otra cosa que estar de acuerdo con todo lo que has dicho ya que yo también comparto esta sensación de caos insoluble, de degradación general y de impotencia para hacer frente y vencer a los responsables del desastre. Pero, independientemente de esta sensación, debemos combatirlos sin tregua ni cuartel con el conocimiento, la palabra, la organización y la acción, arrinconarlos y hacerlos desaparecer de la escena económica, social y política pública, para que no puedan explotar y oprimir más, ni fabricar armamentos para hacer guerras de conquista y de robo o destruirlo cuando se hace viejo para continuar fabricando y vendiendo. Una parte muy importante de las mujeres y hombres de mi generación luchamos en circunstancias muy difíciles y algunas cosas arrancamos de la mafia explotadora de siempre. No hay otro camino que continuar haciendo lo mismo. El joven se quedó pensativo y al rato esbozó una sonrisa, abrió los brazos y abrazó a la mujer con convicción, ternura y complicidad. "Gracias, me ha reabierto usted la puerta del mundo".  Al otro lado lado de la calle había un bar con una terraza grande. Se miraron y cogidos de la mano se dirigieron a él, pidieron un café y decidieron emprender una relación de amistad, trabajo conjunto y compañerismo, comprometiéndose a informar y organizar a todas aquellas personas de su entorno que estuvieran de acuerdo en algo tan elemental: Que aunque parezcas derrotado por los acontecimientos que dirigen los malos, nunca estás derrotado si continúas luchando y no te rindes. 

 

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