viernes, 15 de octubre de 2010

Don Quijote, los molinos, las acciones bancarias, el país, el paisaje y el paisanaje. Unas anécdotas para relajarse.

Corría febrero del 2007. El invierno no era excesivamente duro cuando Don Quijote llegó a Alcázar de San Juan en una desvencijada furgoneta y buscó alojamiento para descansar su cuerpo maltrecho de tantas rutas y aventuras. En el camino se había encontrado con numerosísimos molinos de viento, que le hicieron exclamar: “ Ves Sancho, amigo mío, como tenía razón al intentar derrotar a estos gigantes, ahora son más y no pueden vencerse porque en vez de moler trigo acumulan chispas y cotizan en bolsa “
Hete aquí una reflexión escalonada de algunos de los lugares que recorrió:
TOLEDO. Al llegar a Toledo se encontró con una comendadora llamada Isabel Pancete que había puesto en marcha una campaña para que el Alcázar fuera subastado públicamente entre antiguos miembros de la falange, accionistas del Opus y una delegación de la asociación Nacional de Banca, encabezada por Emilio Presa. Esta propuesta contaba con una fuerte oposición de los que querían un Alcázar museo de armas y de los herederos de los antiguos combatientes de los tercios de Flandes, que exigían representación en honor de aquellas armas invencibles y de aquellos tiempos en que en España no se ponía el sol. La comendadora pensó que su proyecto no gozaba de suficientes apoyos y se estrujaba el cerebro para encontrarlos. Pero, a veces, las casualidades ayudan a los afortunados de buena cuna ya que, en la Taberna del Alabardero coincidió con Demetrius Bonus, un prócer de la familia rival, que durante muchos años había sido procónsul de La Mancha, luego vendedor de tanques en el lejano oriente y ahora oficiante mayor de las sectas políticas de la Carrera de San Petronio.
No fue difícil convencer a Demetrius Bonus de que su plan de privatización del Alcázar era lo más adecuado para la economía regional ya que atraería muchas inversiones particulares que, como se ha demostrado suficientemente, siempre son más eficaces, rentables y creadoras de riqueza para los que tienen las acciones, que no la zafia e inepta gestión pública. Como Demetrius Bonus había ya comprobado que el alquiler de tanques que realizó, o el de yaks que protagonizó su antecesor, fueron muy rentables para el erario, no importa si público o privado, no puso reparos en la operación diseñada por Isabel Pancete, con la cual tenía una buena relación. Se pusieron a trabajar conjuntamente y en poco tiempo vencieron las resistencias y allanaron el camino a la privatización del Alcázar, con lo cual, en este caso y en otros que se perfilaban en el horizonte se despejaba la vía para que el mercado venciera las últimas resistencias que en La Mancha le oponían pequeños baratarios, pastores de ovejas en decadencia, cosecheros familiares y jornaleros y trabajadores sin contrato fijo. Finalmente, se imponía la libertad de comprar y vender, de robar y tener con dignidad y leyes que lo avalen, de crear pobres y construir algún que otro asilo para los mismos, aquello que tan bien había hecho el mercado durante siglos y que, ahora, superado el susto de la Revolución de Octubre, volvería a hacerse con impulso incontenible.
Sancho le dijo al Quijote: Señor, ¿ por qué no compramos unas acciones y garantizamos el futuro ¿. Amigo Sancho, le contestó éste, ¿cuándo has visto tú que un hidalgo trapichea con tenderos para obtener unos reales ¿. Es verdad, Señor, que esos tenderos no son de fiar, pero no nos vendrían nada mal unos euros, que ya no se hace nada con reales, para dar un poco de seguridad a nuestras vidas, teniendo en cuenta que hemos vuelto en el peor momento, pues están privatizándolo todo, incluidas las pensiones, las visitas al galeno, y hasta los libros de caballería de las escuelas públicas y concertadas. Sancho, mi fiel compañero, si las personas que estamos encargadas por la divina providencia de evitar que la injusticia se enseñoree de la vida del pueblo, actuamos por comodidad personal, sin la dignidad adecuada a nuestra alta misión, perderemos la posibilidad de convertir las 17 baratarias insolidarias en el reino de la bondad. La lanza no me fue dada para mantener los valores mercantiles, sino para hacer posible que el sentido de tuyo y mío se convierta en el bien común. No te preocupes, pues, de los sinsabores actuales ni de las penurias futuras ya que yo te aseguro que éstas serán livianas comparadas con el bien que distribuiremos a manos llenas. Y, ahora, echemos a andar de nuevo que el camino nos espera. Me han contado gentes honradas que Demetrius Bonus, otorgándose la libertad de actuar como antiguo procónsul y como nuevo oficiante mayor, ha invitado al emperador de un lejano y caduco imperio, cuyo nombre es Bombush, a pasar unos días en unas ventas en las que el ejército hace prácticas regularmente, situadas en las faldas de los montes toledanos.
Querido Sancho, debemos estar atentos y vigilar a este personajillo ya que la última vez que estuvo aquí, invitado por su servil amigo José Mari Pies en Mesa, dejó olvidados, según dijo posteriormente, unos misiles para la nueva guerra que se avecinaba, después de haber perdido la que se estaba librando en Mesopotamia. Ves, cuán ardua es nuestra tarea. Anda, coge billetes en éste, según dicen, maravilloso tren ya que la furgoneta debe repararse para poder continuar toda la ruta trazada. Así, de paso, conoceremos los nuevos inventos para hacer que la gente vaya rápida de un sitio a otro. Me han dicho que han puesto trenes de estos en cada pueblo pues nadie quería quedarse sin la posibilidad de ir de su casa a la nada sin esfuerzo. Incluso ha habido grandes ferias y recogidas de firmas para que este ingenio recorriera los barrios y así tenerlo delante de la puerta de casa. Todos los gobernantes han dicho que sí ya que de esta forma la circulación ahuyentaría a los pájaros, que no se comerían la cosecha de cereales en un momento en que éstos empiezan a escasear. Pero parece que a última hora se han enfriado algo los ánimos porque no llegan más euros de Flandes y el cajero ha cerrado el grifo hasta que escampe.
VIAJE EN AVE. Malena Gálvez, reconvertida en jefa de tren, dio la orden de salida y el tren arrancó, sin humos ni resoplidos, lo cual todavía asombraba a Don Quijote. Sancho estaba más acostumbrado a que las cosas cambiaran sin apercibirse de ello, debido a su sentido común y práctico, y no encontró raro que la veloz suavidad del Ave no produjera ruidos ni las molestas carbonillas de antaño. Pasando por las lagunas de Ruidera se encontraron con un hermoso paisaje invernal, con saltillos de agua, riachuelos, laguitos, y una vegetación recia capaz de soportar los habituales fríos de la zona. En viendo el interés de los pasajeros por el entorno, Malena hizo parar el tren en Ossa de Montiel, por media hora ya que después deberían volver a la capital donde les esperaban muchas actividades. A la salida de la estación se encontraron con un descampado que hacía la función de plaza del pueblo. En ella había una feria con numerosas casetas fijas y tenderetes de quita y pon. Mucha gente iba de un lado a otro, mirando embutidos, quesos, aceitunas, telas, zapatos, cueros y todo tipo de objetos y utensilios. Los vendedores vociferaban sus productos, los clientes los examinaban y, si se decidían a comprar, nunca lo hacían sin antes haber regateado hasta conseguir importantes rebajas, algo que formaba parte de la idiosincrasia del pueblo. Actualmente, esta forma natural de ser del comprador y del vendedor en el mercado, ha sido transformada en la especulación sobre los bienes y servicios utilizada por los financieros para sacar cien por lo que solo vale diez. Así, Don Quijote comprobó que en vez de diluirse el sentido de propiedad, el tuyo y mío, se estaba reforzando, concentrándose en menos manos y marginando a cada vez más gente de su disfrute.
Al llegar al centro de la plaza vieron que la muchedumbre se concentraba alrededor de lo que debía ser un tablado, ya que de él sobresalían unas cabezas que se movían agitadamente, como queriendo convencer a la gente de algo. Empujando a diestro y siniestro consiguieron abrirse paso hasta las primeras filas. En un estrado improvisado, un hombre al que le nombraban algo así como zapaticos, estaba prometiendo a unos feriantes que pronto tendrían un estatuto igual al de Catalunya, mientras otro, de parecido asombroso a Manzanilla iba con un saco de buhonero lleno de estatutos caducados.
Parecía haber mucho interés en escucharles a todos, aunque la gente tomaba partido con rapidez y se posicionaba apasionadamente por una u otra postura. Un poco más adelante se estaban produciendo varios alborotos al mismo tiempo y un hombre pequeño que daba saltos por encima de la multitud. Al acercarse fueron conociéndolo, era Melchor Llamas, que no saltaba sino que era manteado por unos ecologistas que se sentían engañados porque, según afirmaban, les había intentado vender una central nuclear en nombre del ministro Tian Miguelón. El manteado se defendía alegando que la central todavía no estaba caducada y que, además, funcionaba con uranio bajo en nicotina. De nada le servía porque los ecologistas eran integristas y defendían la vuelta a la vela de miel como alternativa para la luz eléctrica, ya que como casi nadie tenía interés por la lectura no era necesario inundar las noches y los espectáculos televisivos de luz. La energía solo serviría para hacer funcionar los servicios sanitarios y el transporte.
Antes de volver a subir al tren se dieron cuenta de que en Ossa de Montiel, mediano villorio manchego, se contenía todo un microcosmos que permitía entender la complejidad de la España postmoderna, tan parecida a la España arcaica de siempre.


Don Quijote de La Mancha, ingenioso hidalgo del siglo XVI y del XXI, con la mirada en una estrategia ética y utópica al futuro, y su denuncia irónica de ricachones, palurdos y maleantes, y Sancho Panza, aldeano del sentido común más fácil y práctico, vuelven a darse una vuelta por la España actual. Quizá haya algún otro episodio.

Paco Frutos.

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