La política es el instrumento, el método, la forma de ponerse de acuerdo, o discrepar, para ver en conjunto y colectivamente los asuntos y problemas que afectan a la sociedad, para buscar alternativas y soluciones a los mismos. La política es, por tanto, una cosa seria.
Últimamente, la política ha sufrido una constante degradación que ha conducido a sectores sociales muy amplios a mostrar escepticismo y rechazo ante la misma y ante los políticos. Es necesario aclarar las cosas y afinar en el análisis y valoración de la política y de los políticos para no caer en una fácil descalificación total que siempre desemboca en el fascismo, autoritarismo reaccionario o aceptación acrítica de las decisiones pretendidamente asépticas de técnicos neutrales.
Es cierto que la llamada clase política, vista en abstracto, puede producir indiferencia, ira, sarpullidos de irritación o fanatismos irracionales, pero hay que seleccionar. No se puede ver a todos los políticos y políticas como un conjunto homogéneo, con los mismos valores, principios, intereses, éticas y, hasta, estéticas. Se debe analizar a cada grupo político, su ideología, programa, discurso de compromiso ante la sociedad y cumplimiento de lo que defiende al buscar el apoyo social y el voto. Y dentro de cada grupo político, la diversidad de protagonistas, su honestidad y respeto a los bienes colectivos. O bien, hablar del pretendido bien colectivo cuando lo que se defiende realmente son los intereses partidarios y, en muchos casos, personales.
En definitiva, la política no puede ser un lugar para medrar, para vivir ricamente a costa de los demás, como se ha visto en tantos casos. Puede y debe haber ideologías y programas diferentes, o dialecticamente enfrentados, pero, en ningún caso, deberían aceptarse a los y a las que, sin ética ni principios políticos, utilizan la política en provecho propio. Eso debería ser un principio universal y elemental en cualquier constitución o código de comportamiento democrático.
Hasta aquí la politica y los políticos, pero ojo, no gastar toda la polvora en la perversidad y degradación de la clase política, que como tal sólo la forman y mantienen los y las que aceptan las cosas tal como son , sin pretender cambiar nada y defienden contra viento y marea sus privilegios económicos y sociales. Para ser concretos, yo no me siento parte de la clase política y comparto colectivo y luchas con muchos y muchas que piensan y actúan igual. Dicho esto, quiero centrar la atención sobre los minoritarios grupos que son los verdaderos amos de la realidad, que la modelan y cambian en función de sus intereses. Estos sectores minoritarios no recaban el apoyo popular ni se presentan a las elecciones, ni aquí ni en Europa ni en ninguna parte, pero tienen la capacidad de decidir sobre economía, finanzas, bienestar o malestar social, como se ha demostrado en la crisis capitalista actual, que la han producido ellos, que han empobrecido a los pueblos mientras continuaban enriqueciéndose y ahora dicen que van a sacarnos de la crisis con las mismas políticas que la han producido y reduciendo las condiciones de vida y de trabajo de la mayoría,recortando derechos laborales, salarios, pensiones, sanidad y educación públicas.
Cuando se habla de clase política y de los poderes económicos y políticos reales no se puede obviar dos cosas: una, que se debe saber qué grupos políticos y personas defienden que todo siga igual, utilizando las instituciones, recursos económicos y medios de comunicación; y dos, no olvidar el permanente acomodo de las mayorías sociales que, hasta ahora, son el principal baluarte en la defensa de esta sociedad. No sea que los políticos actuales sean el producto natural de una sociedad consumista, alienada e individualista.
Es cómico que González Pons del PP hable y defienda la revuelta egipcia, extrapolando aquí, cuando él y el PP son los principales enemigos de todo lo que no huela a neoliberalismo y pensamiento único. Pero, debemos preguntarnos, qué ha pasado para que la derecha se apropie del lenguaje de la izquierda, o del centro-izquierda.
La política y la clase política han perdido toda credibilidad porque en la actualidad las ideologías se circunscriben a un modelo de Estado en el que todo el pescado ya está vendido. No creo que ningún político que se autodefina como de izquierdas fuera capaz de llegar al poder y decidir cosas como abolir la usura que ejercen los bancos, nacionalizar la banca y todos los servicios básicos, dejar de lado a la Iglesia o hacer desaparecer el trabajo asalariado.
ResponderEliminarComo mucho se limitaría a aumentar las prestaciones del Estado del Bienestar que no es más que un sistema que tienen las clases dominantes para mantener en buena forma física mental a los siervos que necesitan para mantener su nivel de vida.