miércoles, 3 de octubre de 2018

Escribe Pedro López Provencio



La semana pasada paseamos por el noroeste de los Balcanes. Con los pensionistas de CCOO. Para rellenar algún momento desocupado, me llevé un libro. “Sobre la tiranía” de Timothy Snyder. Y hablé con gente de por allí. De lo que les pasó. De ahí salen algunas ideas que transcribo con pequeños arreglos.

Algunos filósofos de la antigüedad, como Platón y Aristóteles, nos advirtieron que la desigualdad es la principal causa de la inestabilidad. Y de que las libertades públicas pueden ser aprovechadas por los demagogos para imponer la tiranía. Para impedirlo se ideó el Estado de Derecho. Con su sistema de frenos y contrapesos. Y así evitar la usurpación del poder por un solo individuo o grupo. E impedir que los gobernantes puedan burlar las leyes fácilmente en su propio beneficio y en el de los particulares que los puedan corromper.

La globalización, los sistemas financieros actuales y la disrupción tecnológica, fomentan las desigualdades. Reales e imaginadas. Lo que unido a una aparente impotencia de las democracias para afrontarlas, hace que prospere el rechazo de la razón en nombre de la voluntad. Y se pueda negar la verdad objetiva en aras de un mito glorioso. Que formulan unos líderes que dicen encarnar la voz del pueblo. Argumentando que los complejos desafíos actuales obedecen a una conspiración contra la Nación. Por lo que exigen que las tareas de gobierno estén en un determinado grupo. El suyo. Que posee el monopolio de la verdad. Para guiar a la sociedad hacia un futuro cierto, conforme a los designios, supuestamente inmutables, de la historia. 

Para eso es preciso que se obedezca por anticipado. Lo que es una tragedia política. Porque siempre hay gente a la que no es necesario mandarles nada. Intuyen lo que quieren sus superiores y se afanan en cumplirlo. Así se suelen atropellar derechos de minorías. Mientras muchas personas normales lo contemplan con desinterés y hasta con regocijo. Contra gitanos, inmigrantes, etc.

Tendemos a creer que las instituciones democráticas son permanentes y que nos van a defender de los desmanes. Pero ha habido políticos que han accedido al poder, a través de esas instituciones, que se dedicaron a destruirlas. Especialmente cuando cuentan con la distracción de la sociedad. Como sucedió en Alemania en 1933. Cuando a un grupo totalitario gana las elecciones, puede proponerse cambiarlas desde dentro. Mientras se distrae a la gente con el entusiasmo patriótico, se eliminan derechos democráticos. Y cuando se vota no se sabe si se estará votando por última vez. Después viene la defensa de la patría contra el enemigo exterior e interior. Con lo que se justifica la dictadura.

Conforme la globalización aumenta las desigualdades económicas, la oligarquía se vuelve cada vez más amenazadora. Cuando alguien cuenta con financiación privada, o de procedencia ignota, dispone de grandes ventajas. De mucha más libertad de expresión. Lo que incide decisivamente en las campañas a electorales. Como es el caso del señor Puigdemont. Que no hay control público del dinero que ingresa y gasta.

Ciertamente, contamos con frenos y contrapesos. Pero aún así, nos enfrentarnos a una situación en la que un solo grupo se puede hacer con todo el poder. Autonómico, local, la parte que corresponde al Estado y a la Comunidad Europea. Incluso teniendo minoría de votos. Por lo que puede controlar todas las palancas de poder territorial. Si a eso le añadimos que las asociaciones civiles, los colegios profesionales y los sindicatos se agrupan en su ayuda, el paso siguiente hacia el totalitarismo está cantado. El grupo que cuenta con semejante control no necesita activar políticas beneficiosas para la sociedad en general. Y puede practicar muchas impopulares. A la larga ha de temer a la democracia y procurará debilitarla. 

Hay que ser conscientes de que nuestras palabras y nuestros gestos, o su ausencia, son muy importantes. Las decisiones que tomamos de intervenir o no en los asuntos públicos es una especie de voto. Cuando pidan lealtad hay que asegurarse de que eso incluye a todos los ciudadanos y no excluyen a nadie. Los lazos en las solapas distan mucho de ser inocentes. Suelen ser símbolos de exclusión. En Alemania en 1933 empezaron a llevar insignias que decían “SI” y siguieron con la esvástica. Otros, después, tuvieron que llevar una estrella con distintos colores, dependiendo del grupo marginado al que le asignaban. Cuando mucha gente luce símbolos de lealtad al poder, la resistencia se hace muy difícil y la sumisión muy fácil.

La buenas prácticas profesionales son muy importantes. El imperio de la ley puede destruirse con malos abogados y jueces títere del poder político. Así se contemplaban éstos en las “leyes de desconexión”. Las leyes y las normas no pueden estar al servicio de proyectos nacionales excluyentes. Los abogados han de cumplir la norma de que no puede haber pena sin juicio, los médicos no deben practicar una intervención sin consentimiento, los empresarios no han de aceptar condiciones de explotación ni esclavitud y los funcionarios no tienen que autorizar ni documentar actos atroces o repulsivos. Por ejemplo.

Cuando hay personas que se encuadran y desfilan llevando antorchas y fotos de sus líderes, el fin de la democrácia se acerca. Cuando se entremezclan con la policía y colaboran entre sí, el final ha llegado. Porque no es posible hacer elecciones democráticas, juzgar casos en los tribunales, promulgar leyes y hacerlas cumplir, ni gestionar asuntos públicos, cuando existen organismos, al margen de los oficiales, que tienen posibilidad de ejercer presión y violencia contra las personas que no les son adictas. Quienes pretenden socavar la democracia y el imperio de la ley, crean y financian esas organizaciones violentas que se infiltran en la política. Primero degradan el orden político y después lo subvierten. Se privatiza la violencia. Para que se transforme el sistema siempre es necesario incorporar emociones. Se impone la ideología de la exclusión y la instrucción de militantes. Primero plantean un desafío a la policía, después se introducen y por último la transforman.

Es fácil hacer lo que todo el mundo hace. Resulta difícil, incluso, decir algo diferente. Pero sin esa incomodidad no hay libertad. Cuando se consigue romper con la auto represión, otros siguen.

Los estereotipos que nos coloca la televisión se emplean, incluso, por los que quieren discrepar. Es necesario evitar la fraseología comúnmente utilizada a que nos inducen desde la televisión. Incluso para expresar lo que dice todo el mundo. No hay que hacer seguidismo de noticias banales. Ni de las que cada vez precisan de más espectacularidad para entretenernos. Hay que distanciarse de internet y su ínfimo leguaje. Hay que leer libros.

Nos sometemos a la tiranía cuando renunciamos a la diferencia entre lo que queremos oír y lo que realmente oímos. Eso puede resultar cómodo y agradable, pero anula la personalidad y el carácter. No debemos renunciar a la realidad verificable asumiendo acriticamente las mentiras e invenciones como si fueran hechos. Hemos de estar vigilantes ante la repetición constante diseñada para hacer plausible lo ficticio y deseable lo ilegal. Una mentira mil veces repetida en twitter no debe transformarse en una verdad. Hemos de huir del pensamiento mágico y de la aceptación descarada de las contradicciones: “vamos a romper el territorio de un Estado sin coste alguno”, “se bajarán los impuestos, se incrementará el gasto social y se reducirá la deuda”. No depositemos la fe en quien no la merece porque ha incumplido reiteradamente su palabra y sus compromisos.

El cinismo de exigir “la verdad” nos conduce a no hacer nada, hacia un páramo de indiferencia. Nuestra personalidad individual es la capacidad de discernir los hechos. Y lo que hace que seamos una sociedad es nuestra confianza colectiva en el saber común. Un individuo que investiga es un ciudadano que construye. Al líder que no le gustan los investigadores y los que preguntan en la duda es un tirano en potencia.

Conviene mirar a los ojos de nuestro interlocutor al hablar de la cosas cotidianas. Así nos podemos hacer a la idea de en quien se puede confiar y en quien no y echar abajo las barreras sociales. Cuando se aparta la mirada, o se evita el contacto, el miedo está presente. Si se muestra apoyo a todo el que discrepa razonadamente muchos se sentirán mejor.

Los gobernantes canallas utilizan lo que saben sobre nosotros para manipularnos. Evitemos los virus y el malware en nuestros aparatos electrónicos. El correo electrónico no es seguro y cualquier problema jurídico puede ser utilizado para presionarnos, los contactos personales mejor cara a cara. Somos libres en la medida en que controlamos lo que la gente sabe de nosotros y las circunstancias en que llega a saberlo. Que no puedan sacar nuestras palabras de contexto. Sacarlas de su momento histórico es una falsificación.

Y hemos de luchar para que los votos de los ciudadanos valgan igual. Que las papeletas de voto sean de papel. Para que no puedan manipularse a distancia y siempre se puedan recontar. Que nadie pueda tergiversar la voluntad de la ciudadanía libremente expresada. Así perdurará la democracia. Aunque, quizás, fuese mejor el sorteo o la insaculación.

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