ANÉCDOTAS QUE SE GENERAN EN LOS TEMPORALES DE MI COSTA.
Un hombre con cinco banderas
desplegadas anda pausado y tranquilo por las playas de Pineda. El día es
soleado, apenas una leve brisa refresca el aire de este cálido mes de marzo,
acariciando levemente las hojas de las
moreras y las agujas de los pinos. Parece un nuevo día de esta primavera tan
adelantada que ha ridiculizado al invierno y a los sabios del tiempo que han
estado prediciendo cada semana olas de frío y lluvias torrenciales, que sólo se
han producido a traición cuando no estaban previstas y donde les ha dado la
gana, helando cañerías despistadas y desbordando torrentes imprevistos.
Las cinco banderas desplegadas
-la estelada, la europea, la norteamericana, la de Israel, y la de la OTAN- están como
desmayadas ya que apenas se mecen. El hombre sigue andando llegando casi a la
estación de tren de Pineda, desde donde da media vuelta para volver. Al lado de
la ancha playa hay un paseo marítimo con vías para bicicletas, árboles, bancos,
aparatos de gimnasia para vejestorios, que utilizan sobre todo los jóvenes sin
ningún respeto a la senilidad, y un serpenteante camino asfaltado para
peatones. De Poniente a Levante, se ve el inmenso mar con toda su gama de
azules, verdes y grises, siendo un espectáculo la salida del sol por la mañana, o los rayos de la luna llena
sobre las aguas cuando esta llega puntualmente cada mes. Tengo un amigo que se
dedica a estudiar la variación de los rayos de la luna en el agua en la medida
que se va andando y cambian las formas luminosas. Es un curioso ejercicio del
que seguramente saldrán importantes descubrimientos científicos y
astrológicos sobre la jodida, por
eterna, luna. Tendremos ocasión de continuar hablando de cosas tan
trascendentes. De Levante a Poniente cambia totalmente el espectáculo. El mar
se ve más claro, más movido, con colores que inventan nuevos colores y cielos rasgados
que recrean la naturaleza. Cuando la luna apunta por Poniente, con Marte acompañándola
a unos pocos millones de kilómetros, está claro que va a llover un día de
éstos, o al mes siguiente, o dentro de un año, según nuestro especial
meteorólogo.
Y de golpe y porrazo aparecen
unas negras nubes en forma de montañas atropellándose por el horizonte y la mar
calma que hasta entonces apenas musitaba un dulce rumor en la dorada arena,
empezó a rizarse, a oscurecerse y chisporrotear espumas blanquecinas,
aumentando progresivamente el ruido hasta convertirse en ensordecedor. Grandes
olas alargadas que venían del horizonte golpeaban
cada vez con más fuerza la playa, saltando las rocas y descalzando los
cimientos del paseo hasta encaramarse a él e inundándolo en un breve espacio de
tiempo. Una vez invadido este totalmente empezó la rotura de bancos y árboles y
la destrucción de los asfaltados del paseo.
El hombre de las cinco banderas
hacía rato que se había largado por uno de los pasos subterráneos que pasan por
debajo de las vías del tren. En su precipitada huída había dejado abandonadas
las cinco banderas, clavadas en un pequeño montículo del que el viento y el
agua había arrancado y arrastrado hasta convertirlas en pequeñas partículas que
el mar zarandeaba y engullía.
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