viernes, 31 de marzo de 2017

(Artículo publicado en LA REPÚBLICA.ES, el 27 de marzo 2017)

60 ANIVERSARIO DE LA UNIÓN EUROPEA Y ESPAÑA.

Se llegó a esta unión en 1957 después de que en 43 años se hubiesen producido dos guerras mundiales, de 1914 a 1918 y de 1939 a 1945, ambas de carácter devastador para Europa, y se hubiese iniciado la guerra fría contra la URSS.  Previamente, en 1951, se firma el Tratado de París, con la creación de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero. Los antecedentes de este corto proceso histórico, desde el inicio de la Primera Guerra en 1914 a la firma del Tratado de Roma en 1957 debemos buscarlos en la realidad económica, social y política, para no caer en falsas y  superficiales explicaciones sobre la idiosincracia de tal o cual grupo identitario, humano, raza o cultura. Es la lucha de clases y el enfrentamiento por el dominio imperial y colonial lo que lo explica todo, aunque se envuelva en banderas patrióticas y nacionalismos diferentes que, inexorablemente, llevan al enfrentamiento de los trabajadores de unos países contra los de otros.   
Para entender mejor ese proceso, debemos remontarnos  a los años de optimismo económico que precedió a los primeros cañonazos de 1914, optimismo que se apoyaba en una concepción del capitalismo fundamentada en el inicio de elementales sociedades de consumo, que se basaban en la explotación de la mano de obra asalariada en cada país, en la falta de derechos laborales y sociales de ésta, y en la sobreexplotación de las personas y recursos de las colonias. La Primera Guerra Mundial acabó con la ficción, enfrentando a las clases trabajadoras de unos países contra las de otros, destruyendo gran parte de la riqueza material creada y causando millones de muertos y tullidos por las bombas, los gases, las enfermedades y el hambre. En 1917 la Revolución de Octubre inició en Rusia y en el mundo una nueva etapa: el intento de poner en marcha una sociedad socialista. El capitalismo respondió a este reto armando a las clases rusas derrotadas y fomentando la guerra contra el poder soviético recién establecido. Perdida esta guerra continuó con el bloqueo y el boicot, intentando evitar el ejemplo de Rusia en el mundo, y cediendo a algunas reivindicaciones del movimiento obrero para desactivar su fuerza, hasta que la crisis capitalista de 1929, iniciada en la bolsa de nueva York, cerró una breve etapa histórica y abrió otra, que acabó en 1945 con la derrota del nazismo y el fascismo y el inicio al poco tiempo de la guerra fría.
Al final de la Segunda Guerra Mundial se abre un proceso complejo que responde en gran medida a la relación de fuerzas creadas después de 1945, al triunfo de la Revolución China, y a la voluntad de las fuerzas políticas y sindicales hegemónicas presentes: políticamente se llegan a los acuerdos económicos entre los países capitalistas europeos que desembocan en El Tratado de Roma; socialmente se llega a un pacto social entre el capital y el sindicalismo de orientación mayoritaria socialdemócrata, conquistándose algunos derechos laborales y sociales hasta entonces negados, a cambio de no cuestionar el sistema económico capitalista. La socialdemocracia, de acuerdo con el liberalismo mayoritario en Europa, no cuestionaba el sistema, situándose como la izquierda de éste, algo que continúa vigente. La existencia de la URSS y su relación con los partidos comunistas europeos, que continuaban planteando el cambio social, era la otra vertiente de la Guerra Fría.  Las realidades y contradicciones de este proceso, tanto en el campo capitalista, con la descolonización,  la guerra del Vietnam y diversos movimientos revolucionarios, como en el campo de los países socialistas, con el hundimiento de la URSS, son motivo de otro análisis concreto, que no vamos a hacer aquí.
Con el hundimiento de la URSS en diciembre de 1991, el capitalismo ve la ocasión perfecta para decretar el fin de las ideologías y el pensamiento único, y desarrollar e imponer la globalización  neoliberal hasta sus últimas consecuencias. La socialdemocracia, ala izquierda del capitalismo, acepta la nueva filosofía como la única existente y los partidos y sindicatos de origen y base marxista aceptan o van plegándose progresivamente a la nueva realidad. Con el hundimiento de la URSS y el campo socialista se acepta que el socialismo es una quimera. Ha tenido que venir la última crisis global y total del capitalismo, los recortes laborales, sociales y en servicios públicos para que quede constancia, hasta para los más lerdos, que la verdadera quimera es pretender que haya unas condiciones de vida y de trabajo dignas con el mantenimiento del capitalismo.
En España, pasamos del franquismo a la democracia parlamentaria actual, ya que la relación de fuerzas no era favorable a una  ruptura democrática y a un proceso constituyente radical, a pesar de algunas teorizaciones magistrales actuales que entonces no estaban ni se las esperaba, al menos con una entidad a tener en cuenta. Lo cual no excluye analizar y tener en cuenta los errores políticos cometidos en aquella compleja situación, con gran parte del aparato represivo franquista vivo y coleando. En España, como en el conjunto de Europa, el derrumbe de la Unión Soviética, representó una dosis de euforia para el poder económico y  la derecha, y un aumento de la deriva socialdemócrata al neoliberalismo y de prepotencia como la única izquierda frente al fracaso comunista. Progresivamente se fue aceptando todo, especialmente con la llegada al gobierno de Felipe González y el PSOE, que ya en 1977 habían abandonado cualquier planteamiento que tuviera que ver con el análisis marxista, precisamente ese análisis que en la actual crisis han tenido en cuenta las planas mayores del capitalismo para analizar la “crisis” y evitar “aventuras” de la izquierda.
¿Y ahora, qué alternativa de izquierdas puede abrirse paso a partir de la actual realidad?  A mi entender sólo hay una, si se tiene voluntad de mantener y defender principios y valores básicos de la izquierda, sin renunciar al cambio social, y eludir la retórica izquierdista, o seudo izquierdista, para pedir el voto, y aceptar luego las recetas liberales, cuando se ve que el asalto a los cielos exige una escalera muy larga. Se trata, pues, de activar cosas elementales que actualmente sólo figuran en los farragosos escritos para una “nueva ruptura o transición”.
1º.- Analizar y conocer bien la realidad en todas sus facetas. Saber que estamos en un momento difícil de una lucha de clases en la que ya no pueden hacerse más concesiones.
2º.- A partir de este conocimiento,  reconstruir un proyecto con dos vertientes: en el plano inmediato, las medidas concretas para hacer frente a la pérdida de derechos y condiciones de vida producidos durante lo que llevamos de crisis, o estafa económica; y, junto a lo anterior, las propuestas precisas para un programa político y su correspondiente discurso para recuperar la credibilidad perdida, hacer frente a la propaganda alienante y reorganizar las fuerzas en el movimiento obrero y  estudiantil y en el conjunto de la sociedad.
3º.-  Como parte esencial de todo lo anterior, entender que la lucha de clases es absolutamente inseparable de la lucha contra la guerra y por la paz, de la reducción drástica del armamentismo, ( en España evitar lo que Cospedal ya ha anunciado: pasar del 0,9 por cien del PIB al 2% en gasto militar). Y si es relativamente cierto que no han habido enfrentamientos armados entre los países de la UE, no es menos cierto que la UE ha estado impulsando acciones que han desembocado en los acontecimientos bélicos  que se produjeron en la antigua Yugoslavia y en Ucrania, y que  ha participado y participa en guerras de agresión contra Afganistán, Libia o Siria.  La lucha de clases es también inseparable del internacionalismo solidario       (“trabajadores y pueblos del mundo, uníos”) y del entendimiento y la colaboración  económica, financiera y tecnológica entre todos los países, independientemente de su orientación política, frente a la competición especulativa y destructora de recursos actual.
4º.- Y en relación a los 60 años del Tratado de Roma y de la puesta en marcha política de la UE, constatar que prácticamente ninguno de los enunciados propagandísticos  teóricos de justicia social y reparto de la riqueza en Europa y el mundo se ha cumplido, encontrándose la actual UE en un callejón sin salida, salvo si es capaz de abrir una nueva perspectiva de unidad económica y política basada en la paz y en la solidaridad efectiva entre trabajadores y pueblos, en Europa y en el mundo. Como esto no lo harán de motu propio los poderes económicos, financieros y políticos actuales, son los trabajadores y los pueblos los que deben derrotar a esta UE y crear otra realidad. Y como yo no creo en los milagros que predican algunos, de izquierda, de extrema izquierda o de extrema derecha,  referentes a que destruyendo la UE y el euro y volviendo a unos  Estados-nación reforzados, todo irá mejor, propongo hacer  lo posible para que la clase trabajadora europea, la de origen y la nueva procedente de flujos migratorios, tome consciencia de que su emancipación social sólo será posible, con su unidad y esfuerzo colectivo, denunciando y combatiendo las actitudes y políticas de sobreexplotación, xenófobas y racistas, y defendiendo unas condiciones laborales y sociales iguales para todos/as por un mismo trabajo.

En resumen, y no es empezar de nuevo, ya que sabemos, o podemos saber, qué hay y qué hace falta. Se trata de poner en marcha el cómo, dónde y cuándo, teniendo en cuenta cada circunstancia para reconstruir el camino perdido y abrir nuevas perspectivas. Es posible. Debe ser nuestro empeño de comunistas, incorporando a muchos/as que no lo son, al menos todavía.            

    Paco Frutos. 

(Publicado en La República) 

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