jueves, 14 de febrero de 2019

EN EL INICIO DEL JUICIO AL "PROCÉS" , EN ESPAÑA Y EN EL MUNDO  CONTINÚAN  LOS PROBLEMAS.


Mientras Junqueras declaraba que nada de lo que habían hecho era delito, que todo era legal y legítimo, que el delito no era votar, sino impedir que se votara, que él amaba mucho a España y a los españoles, a su lengua y cultura, que era hombre de paz, y que el era un preso político juzgado en un juicio político, Puigdemont, además de aplaudir hipócritamente lo que decía Junqueras, pregonaba otras cosas. Por ejemplo, afirmaba que él era un exiliado igual que los miles de hombres, mujeres y niños que atravesaban la frontera con Francia  después de terribles y agotadoras jornadas, huyendo de las tropas franquistas, una perogrullada indecente pronunciada por un individuo que huyó cómodamente a las primeras de cambio y vive como un rico en Bruselas, mientras que aquellos verdaderos exiliados sufrían todas las calamidades en el camino, calamidades que luego continuarían al ser internados en verdaderos campos de concentración en Francia. 
Yendo por partes. Primero, Junqueras y el resto de personas que le acompañan en el banco de los acusados no están siendo juzgados por sus ideas, sino por pisotear y vulnerar todas las leyes democráticas: la Constitución Española, el Estatut d´Autonomía de Catalunya y los más elementales comportamientos de respeto a los derechos de participación y opinión, expresados libremente en las instituciones por parte de los adversarios políticos, convertidos en enemigos y parias que no tienen derecho a defender sus ideas. Segundo, afirmar que se puede pasar de las leyes, saltándoselas a conveniencia, pero no de votar cómo sea y cuándo se quiera, es una falacia. Las leyes en un Estado democrático no son el trágala impuesto por una dictadura, como fueron las franquistas durante 40 años, sino las normas y formas acordadas para garantizar y  defender los derechos colectivos y la expresión libre de ideas y posiciones plurales que hay en la sociedad, sin impedir a nadie que defienda las suyas, mientras estas no pretendan la liquidación de la libertad o impedir la expresión de las contrarias o no coincidentes. Votar es, pues, el acto democrático que se desprende de la libertad de expresión y decisión consagrada en leyes que se deben respetar, y, en todo caso, cambiar cuando corresponda por métodos democráticos. 
He dedicado gran parte del escrito a hablar sobre un asunto que debería estar en el cajón del olvido, o no haber existido nunca, si realmente la sociedad y, especialmente, la mayoría de políticos y creadores de opinión se dedicaran a hablar sobre los verdaderos problemas de la humanidad, de Europa, de Catalunya y de toda España, y a razonar y proponer las alternativas a cada uno de ellos. Por ejemplo, y sin ser exhaustivo, mientras las derechas nacionalistas catalanas y las derechas nacionalistas españolas, ambas populistas y defensoras del mismo sistema económico y social neoliberal, tensan la cuerda, en el conjunto de España siguen agudizándose los problemas laborales, económicos y sociales de muchas personas y en el Mediterráneo continúan muriendo miles de personas que huyen de las guerras, del hambre y del campo de concentración de la UE en que se ha convertido Libia. Y la izquierda real, democrática, anticapitalista, internacionalista y no auxiliar del nacionalismo, no está, aunque sea imprescindible y se la espere.    

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